Comentario
Paréntesis porque no pasó de ser un efímero incidente en la historia multisecular de Egipto. Y si en la historia de la Egiptología es mucho más que eso, se debe a dos sensacionales descubrimientos de nuestro siglo: el de la Ciudad de Tell el-Amarna, de su archivo palaciego y del taller de su escultor Tutmés, y el de la Tumba de Tutankhamon, que han hecho de este faraón, de su antecesor, Amenofis IV, y de la esposa de éste, Nefertiti, los personajes más populares del Egipto faraónico.
Amenofis IV (1364-1347) segundo de los hijos varones de Amenofis III, apenas era conocido antes de suceder a su padre en el trono. Es incluso probable que Amenofis III pensase en la mayor de sus hijas, Satamón, como presunta sucesora, pues en las postrimerías de su reinado, esta princesa cobra mucho más relieve que el príncipe, su hermano; tiene ella como administrador de sus bienes a Amenhotep, hijo de Hapu, y ostenta el título de Esposa Real, como cumplía a una heredera. En todo caso, es seguro que Amenofis III no hizo a su hijo corregente, como a veces se lee, y que después de su muerte, Satamón desaparece como por ensalmo.
Amenofis IV figura hoy en la historia de las religiones como un gran reformador religioso, el primer monoteísta. Si llegó a serlo, lo fue de una manera gradual. Sus nombres indican la evolución de sus ideas. En el nombre de coronación llama ya la atención el último elemento: Nefer-khaper-wanre. Este wa'-n-re' terminal quiere decir "único de Re"; y más sorprende aún que, además de rey, se autodenomine sumo sacerdote de Harakhte. Se ve que ya le bullía en la cabeza la idea de contraponer a Amón la figura del dios Sol, el viejo Re. Su primera obra, en efecto, va a ser un grupo de templos, fuera del recinto de Karnak, en donde el Sol reciba culto a cielo abierto, como enseguida vamos a ver.
El nuevo dios es rebautizado con un nombre que explica su figura y su esencia: "Reharakhte, el que se regocija en el horizonte, su nombre, Resplandor (Shu), que está en el Disco Solar (Atón)". No, pues, la figura tradicional del hombre con cabeza de halcón, sino, sencillamente, un disco con muchos rayos luminosos, terminados en manecitas humanas. Ya Amenofis III había empleado un nombre parecido para describir a Amón-Re, pero Amenofis IV omite la equiparación con Amón y adopta la forma de culto que Re tenía en Heliópolis, obeliscos incluidos. Con un celo propio de un fanático, impone el rey a todos sus súbditos la obligación de dirigir sus preces exclusivamente al disco solar. Para tener las manos libres, el rey comenzó a construir su futura residencia a unos 225 kilómetros al norte de Tebas, junto al actual pueblo de Amarna, y le dio el nombre de Akhenaton -Horizonte de Atón-. Fue entonces también cuando Amenofis abandonó su nombre familiar, de Amenhotep, y adoptó el de Akhenaton -Util a Atón-; declaró la guerra a muerte a Amón y demás dioses, y mandó raer sus nombres de todos los monumentos, desde el Delta a las más remotas ramblas de Nubia. Corría el año 6 de su reinado.
En el 5, aún se llamaba Amenhotep y permitía que se hablase de los dioses. La conmoción llegó al extremo de confiscar todas las propiedades y rentas de Amón, con sus consecuencias económicas y sociales. El visir de Tebas, y sumo sacerdote de Amón, el elegante y bello Ramose, abandona sus cargos y su tumba-museo, y como él, caen en desgracia el tío del rey y el segundo sacerdote de Karnak, reemplazados por hijos de nadie cuyos únicos méritos eran la lealtad al rey, como en el caso de su antiguo pedagogo, Eye, que ahora se arroga el título de Padrino, y su esposa, la antigua niñera de la reina Nefertiti. Algunos son extranjeros, como el poderoso ayuda de cámara, Dudú el Amorreo.
Nefertiti había dado ya a su marido dos hijas, con las que aparece ofreciendo sacrificios en los primeros relieves de Karnak, pero había de tener cuatro hijas más. Las atribuciones de la reina eran como las de un rey varón; valgan como testigos los relieves en que se la ve recibiendo a prisioneros en cadenas y aporreando a otros en la cabeza.
Entre los años 8 y 12 del reinado, se aprecia otro cambio teológico. En vez de Reharakhte, el que se regocija en el horizonte..., se le denomina ahora "Re, señor del horizonte, el que se regocija en el horizonte, el padre, el que ha regresado en el Disco Solar". Ha desaparecido de la nomenclatura el nombre Resplandor que parecía aludir y evocar al antiguo dios del aire Shu, y se atempera su calidad de luz cálida, para resaltar, en cambio, su identidad con Re, el antiguo dios progenitor, Re el Padre, de modo que el disco solar reinante en la actualidad, y visible en el cielo, es el que ha regresado y es, al mismo tiempo, Padre del Rey. Como éste es el único que conoce la voluntad del Padre, es también el único que puede enseñar la verdadera doctrina, el único mediador entre Dios y los hombres, el único a través del cual pueden éstos llegar a Aquél. Por eso no hay, en las casas, capillas de Atón, sino sólo capillas del rey, como único que reza a Dios. En los muchos altares y estelas hallados en estas capillas, aparece el rey representado en toda su humanidad, un poco obesa, con su mujer y sus hijas, a las que besa y con las que come, algo nunca visto en Egipto, pero que hubo de ser promovido por el rey, pues de otro modo no lo hubiese consentido. Ese calor humano era el mensaje del dios hecho hombre. Si la filosofía que inspiraba este movimiento era la de la verdad por encima de todo, ya se comprende que la primera víctima iba a ser el estilo bello de Amenofis III, con todas sus secuelas: el artificio, la escultura cortesana, los relieves como los de la abandonada tumba de Ramose; incluso en el lenguaje literario, la afectada imitación del estilo del Imperio Medio a expensas de la graciosa y sabrosa lengua vulgar. Había llegado la hora de lo que realmente está ahí, lo que en arte equivale al aspecto real y verdadero de los hombres, las bestias y las cosas, tal como ellos y ellas son a la cálida y vivificante luz del sol. El hecho, tal vez imprevisto, de que a partir de aquí se impusiese un estilo, o mejor dicho, dos estilos consecutivos, tan formalistas como los antiguos, con normas y leyes fijas e imperativas, acaso se deba a la idiosincrasia del egipcio antiguo, porque a nadie se le escapa que entre el estilo expresionista de los colosos de Amenofis IV, de su primera obra de Karnak, y sus retratos y los de la bella Nefertiti realizados en Amarna por el escultor áulico Tutmés, media un abismo. Este será todo lo vasto que se quiera, pero ambos, el primero y el segundo, son tan artísticos como el estilo bello de Amenofis III que venían a reemplazar. Quizá la "raison d´etre" de ese abismo haya que buscarla en el cambio que se observa entre las dos concepciones, y en el papel del rey entre la primera y la segunda época de Amarna.
En el segundo y tercer año de su reinado, Amenofis IV celebró en Karnak su solemne jubileo, que iba a ser la ceremonia inaugural de una nueva era y tener como exponente una serie de edificios dignos de la efemérides, que dejarían en la sombra, como de costumbre, a todos sus precursores. Conocemos los nombres de cinco de ellos y tenemos restos de algunos. El más conspicuo, y en parte excavado, era el Gen-po-Aton, "El disco solar es hallado", situado a unos cien metros al este del recinto de Amón, donde la misión norteamericana dirigida por D. B. Redford inició la búsqueda en 1975. Cincuenta años antes (1925) el ayuntamiento de Luxor había abierto allí una zanja de drenaje y encontrado restos de una serie de estatuas de Amenofis IV y gran cantidad de bloques de arenisca, muchos de ellos con relieves del estilo típico de Amarna. Henri Chevrier, entonces inspector de antigüedades, inició una labor de recuperación que resultó infructuosa por no haber descendido, según se ha comprobado ahora, a la profundidad conveniente.
Los trabajos actuales han demostrado que los relieves y las estatuas pertenecían a un gran patio, rodeado de un pórtico de pilares, precedidos de estatuas del rey, de seis metros de altura. Es posible que aquí se encontrase también la que las inscripciones llaman "Mansión de la piedra Ben-ben", trasunto de la antiquísima del mismo nombre existente antaño en Heliópolis, y que tenía por centro un obelisco. La reforma religiosa estaba, pues, en marcha y así lo acreditan este santuario y los nombres de sus edificios: "Exaltados son por siempre los monumentos de Atón, El Robusto y la Caseta del Disco Solar". Todos ellos fueron demolidos hasta sus cimientos al término de la época de Amarna, y sus bloques -recuperados hoy en número de más de 40.000- reutilizados en la construcción del Pílono II y de otras obras realizadas entonces y después, incluso en El Cairo.